En algo coincidimos con Caparrós... y quiero compartirlo con Ustedes.
Las reglas de Riquelme por Martín Caparrós
Hay quienes insisten en medir a Román con la vara que usan para los demás. Algunos son esos gerentes a los que no les importa amputar un equipo para mostrar autoridad.
Somos muy buenos para no entender. No entender es una actividad muy razonable, muy humana: nos pasamos buena parte de la vida no entendiendo. No entender es, además, el paso necesario hacia entender: un punto de partida. Lo malo es encantarse con la propia incomprensión y gritarla a los vientos.
Que es lo que viene pasando en estos días con una serie de señoras
y señores que se inquietan: que si lo dijo para hacer quilombo, que si fue para
complicarle la vida al presidente de Boca, que si para embarrar la llegada del
mellizo Schelotto, que si se fue hace unos meses, que si es un caprichoso o un
perozoso o un sinuoso: se lo reprochan. Juan Román Riquelme dice que podría
volver a Boca y hay periodistas y periodistos –y hasta dizque bosteros– que se
lo reprochan. No entendieron.
Por eso, la vuelta de Román nos daría más que un equipo que gane
unos partidos: nos repondría ese placer que nos hace volver una y otra vez a
estos espectáculos tediosos que, por pura pereza, todavía seguimos llamando
fútbol. Y, sobre todo, nos permitiría aplaudir una pequeña revancha del talento
sobre la autoridad: sobre el poder de los más bobos.
Es un error de base: insisten en medirlo con la vara común, el
metro de cien centímetros. Se equivocan. Román tiene sus reglas –como las
tienen, una vez por mes, tantas personas que tantos otros quieren, y nadie
piensa en reprochárselo sino en bancársela, porque el amor es más fuerte. Román
tiene sus reglas: puede hacer cosas que a nadie más se le soportan. Si Román no
se ganó el derecho a hacer lo que se le canta el quetejedi es que nadie lo
tiene –pero lo que demuestra el fútbol es que hay gente que tiene ese derecho.
Es otra de las atracciones del nunca bien ponderado balompié: que
rompe, también, con uno de los valores que deberían ser importantes en la vida
común: cierta igualdad ante la ley. No es que exista –vemos todo el tiempo que
no existe– pero debería: en la vida todos tendríamos que ser tratados parecido
ante un tribunal, fuera el que fuese. En cambio, en el fútbol, los futbolistas
no. Está claro que sus técnicos no le piden a Messi que marque; es obvio que
nadie le habría soportado a Maradona lo que le soportaron sin su zurda
todopoderosa.
Y así de seguido: el fútbol establece diferencias que nadie puede
cuestionar, porque están basadas en el talento. Ni en el origen ni en las
riquezas ni en las relaciones: en el puro talento. Que puede discutirse mucho,
pero en el fútbol menos: el fútbol hace evidente esa calidad tan esquiva, tan
discutible que –a falta de mejor nombre– llamamos talento. Y quienes lo tienen
pueden hacer cosas que no pueden hacer quienes no.
Todos estamos de acuerdo en eso. O, mejor dicho, casi todos. En el
casi –entre los que ignoran– caben unos pocos periodistas, escasísimos hinchas,
la mayoría de los dirigentes. Porque el talento –y sus caprichos y sus reglas
propias– también sirve para mostrar la desnudez de esos gerentes a los que no
les importa cargarse un equipo con el noble fin de demostrar su autoridad. A
los que, con tal de que todos sepan quién es el que manda, les parece normal
sostener a un equipo amputado, preferir a un técnico que solo sabe sumar nueve
más nueve –y le da cero.
1 comentario:
De verdad tiene intenciones de volver o son solo fuegos artificiales de la prensa?
Y si vuelve... habrá tecnico/comision/presidente que lo banque así como es nomás?
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