jueves, 29 de noviembre de 2012

LA QUEMITA NO SE TOCA



¿Cuánto vale la pasión, la pertenencia a un club, la herencia futbolera? 
Ayer miles de hinchas de Huracán se acercaron a la Legislatura Porteña para pedir por La Quemita, el lugar en el que se entrena el equipo mayor del Globo y juegan nuestras inferiores. Desde el Gobierno de la Ciudad (apoyado por la bancada del PRO) se había presentado un proyecto que contenía la posibilidad de expropiar parte del predio. Allí instalarían una estación de ómnibus y un taller de arreglo de unidades del subte. El “Plan Maestro Comuna 8” desató la iniciativa de los quemeros de protestar frente a la Legislatura.
“La Quemita no se toca”, fue la frase que corrió rápidamente por las redes sociales.
El Gobierno de la Ciudad aseguró hoy que La Quemita no será expropiada y que Huracán la tendrá por 20 años más. La noche terminó con el festejo descontrolado de la gente que cantó y celebró sin parar.
Pero esta foto me conmovió y hasta me hizo piantar un lagrimón.
Gracias Flaco querido! 

sábado, 17 de noviembre de 2012

LAS REGLAS DE RIQUELME


En algo coincidimos con Caparrós... y quiero compartirlo con Ustedes.

Las reglas de Riquelme por Martín Caparrós

Hay quienes insisten en medir a Román con la vara que usan para los demás. Algunos son esos gerentes a los que no les importa amputar un equipo para mostrar autoridad.
Somos muy buenos para no entender. No entender es una actividad muy razonable, muy humana: nos pasamos buena parte de la vida no entendiendo. No entender es, además, el paso necesario hacia entender: un punto de partida. Lo malo es encantarse con la propia incomprensión y gritarla a los vientos.


Que es lo que viene pasando en estos días con una serie de señoras y señores que se inquietan: que si lo dijo para hacer quilombo, que si fue para complicarle la vida al presidente de Boca, que si para embarrar la llegada del mellizo Schelotto, que si se fue hace unos meses, que si es un caprichoso o un perozoso o un sinuoso: se lo reprochan. Juan Román Riquelme dice que podría volver a Boca y hay periodistas y periodistos –y hasta dizque bosteros– que se lo reprochan. No entendieron.

Por eso, la vuelta de Román nos daría más que un equipo que gane unos partidos: nos repondría ese placer que nos hace volver una y otra vez a estos espectáculos tediosos que, por pura pereza, todavía seguimos llamando fútbol. Y, sobre todo, nos permitiría aplaudir una pequeña revancha del talento sobre la autoridad: sobre el poder de los más bobos.
Es un error de base: insisten en medirlo con la vara común, el metro de cien centímetros. Se equivocan. Román tiene sus reglas –como las tienen, una vez por mes, tantas personas que tantos otros quieren, y nadie piensa en reprochárselo sino en bancársela, porque el amor es más fuerte. Román tiene sus reglas: puede hacer cosas que a nadie más se le soportan. Si Román no se ganó el derecho a hacer lo que se le canta el quetejedi es que nadie lo tiene –pero lo que demuestra el fútbol es que hay gente que tiene ese derecho.

Es otra de las atracciones del nunca bien ponderado balompié: que rompe, también, con uno de los valores que deberían ser importantes en la vida común: cierta igualdad ante la ley. No es que exista –vemos todo el tiempo que no existe– pero debería: en la vida todos tendríamos que ser tratados parecido ante un tribunal, fuera el que fuese. En cambio, en el fútbol, los futbolistas no. Está claro que sus técnicos no le piden a Messi que marque; es obvio que nadie le habría soportado a Maradona lo que le soportaron sin su zurda todopoderosa.
Y así de seguido: el fútbol establece diferencias que nadie puede cuestionar, porque están basadas en el talento. Ni en el origen ni en las riquezas ni en las relaciones: en el puro talento. Que puede discutirse mucho, pero en el fútbol menos: el fútbol hace evidente esa calidad tan esquiva, tan discutible que –a falta de mejor nombre– llamamos talento. Y quienes lo tienen pueden hacer cosas que no pueden hacer quienes no.
Todos estamos de acuerdo en eso. O, mejor dicho, casi todos. En el casi –entre los que ignoran– caben unos pocos periodistas, escasísimos hinchas, la mayoría de los dirigentes. Porque el talento –y sus caprichos y sus reglas propias– también sirve para mostrar la desnudez de esos gerentes a los que no les importa cargarse un equipo con el noble fin de demostrar su autoridad. A los que, con tal de que todos sepan quién es el que manda, les parece normal sostener a un equipo amputado, preferir a un técnico que solo sabe sumar nueve más nueve –y le da cero.